lunes, 1 de abril de 2013

el cuerpo humano esta lleno de bacterias

Se calcula que hay por lo menos 3 billones de bichos en el estómago, la boca, la piel y el cuero cabelludo de un individuo. Son tantos, que una persona tiene más material genético microbiano que humano.   
Al nacer, a su paso por el canal vaginal, el recién nacido absorbe un tipo de bacterias conocido como Lactobacillus johnsonii, que prepara su estómago para digerir la leche materna ojo con la cesarea no la adquiere. la leche materna aporta por lo menos 600 especies más de bacterias. La leche, además, contiene cierto tipo de azúcares que el bebé no puede digerir, pero que, según Nicholson,  alimenta a los gérmenes que ya habitan en su intestino. Se calcula que a los 3 años un infante ya tiene un microbioma adulto único, producto de su exposición a gérmenes en el ambiente y en la dieta. 

Se sabe que algunas de estas especies, como Bacteroides Thetaiotaomicron, ayudan a descomponer cierto tipo de alimentos que el organismo no podría absorber, como los carbohidratos complejos. Dicha bacteria los convierte en azúcares de fácil absorción para el intestino. 
Sarkis Mazmanian, biólogo de la Universidad de California, encontró que una de estas bacterias, B. Fragilis, trabaja en llave con los linfocitos, soldados que defienden el cuerpo de invasores y se encargan de producir la respuesta inflamatoria que cualquier individuo ha sentido ante una infección: aumento de la temperatura y dolor. Para evitar que el sistema inmune organice una ofensiva exagerada y ataque el propio cuerpo, B. Fragilis le ordena producir linfocitos reguladores. Lo interesante es que estos a su vez les indican a los linfocitos proinflamatorios que no ataquen a B. Fragilis. Como dice Juan Manuel Anaya, experto en enfermedades autoinmunes, “el sistema se asegura de que la relación entre nuestro organismo y los microbios se mantenga sin generar enfermedad”. 

Nicholson, por ejemplo, encontró que el ácido fórmico, que se detecta en la orina, es indicador de alta presión arterial, uno de los factores de riesgo de infarto. Como las bacterias del intestino son las mayores productoras de esta sustancia, Nicholson cree que hay una relación estrecha entre estos microbios y la hipertensión. 

Ciertas bacterias contribuyen además con el proceso de aterosclerosis, otro marcador de riesgo en la enfermedad coronaria. Stanley Hazen, de la Clínica Cleveland, en Ohio, observó ratones sometidos a una dieta para que desarrollaran aterosclerosis, un proceso por el cual las paredes de las arterias se endurecen. Lo interesante de su trabajo fue comprobar que cuando a los ratones se les dieron antibióticos que destruyeron su microbioma, la aterosclerosis disminuyó. “No se sabe cómo,  pero se cree que algunos productos microbianos dañan las paredes de las arterias”, explica Nicholson.  

Todos estos hallazgos han llevado a pensar nuevas maneras de tratar las enfermedades. Mark Mellow, del Baptist Medical Center de Oklahoma City, encontró que si se transplanta el microbioma de una persona sana a un paciente enfermo, se pueden combatir infecciones que de otra forma serían intratables, como la que produce Clostridium dificile, un microbio resistente a los antibióticos que causa diarrea. El tratamiento consiste en pasar heces de la persona sana al intestino del enfermo por medio de un enema. Mellow ha realizado más de 70 transplantes con un éxito del 91 por ciento. 

Este mismo principio podría funcionar en pacientes obesos. Estudios preliminares  muestran que con un trasplante de microbioma de un individuo de peso normal, los pacientes obesos metabolizan el azúcar en manera diferente.

Una preocupación que comparten todos es que el equilibrio de dicho ecosistema se está degradando por el uso indiscriminado de antibióticos, “especialmente en la niñez cuando el microbioma se está formando”, dice Nicholson. Martin Bleser, profesor de la Universidad de Nueva York,  dice que dos generaciones atrás, más de 80 por ciento de la población tenía la bacteria H. Pylori en su estómago, pero hoy solo se detecta en menos del 6 por ciento. Esto podría interferir en la producción de una hormona que controla la sensación de hambre en el cerebro. La ausencia de H. Pylori estaría ocasionando en parte la epidemia de obesidad que se vive en el mundo. Además de esto, el aumento de las cesáreas y el hecho de que las familias cada vez son más pequeñas limita las oportunidades de exposición a microorganismos en la niñez. 

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