Al nacer, a su paso por el canal vaginal, el recién nacido absorbe un tipo de
bacterias conocido como Lactobacillus johnsonii, que prepara su estómago
para digerir la leche materna ojo con la cesarea no la adquiere. la leche materna aporta por lo menos 600
especies más de bacterias. La leche, además, contiene cierto tipo de
azúcares que el bebé no puede digerir, pero que, según Nicholson,
alimenta a los gérmenes que ya habitan en su intestino. Se calcula que a
los 3 años un infante ya tiene un microbioma adulto único, producto de
su exposición a gérmenes en el ambiente y en la dieta.
Se
sabe que algunas de estas especies, como Bacteroides Thetaiotaomicron,
ayudan a descomponer cierto tipo de alimentos que el organismo no podría
absorber, como los carbohidratos complejos. Dicha bacteria los
convierte en azúcares de fácil absorción para el intestino.
Sarkis
Mazmanian, biólogo de la Universidad de California, encontró que una de
estas bacterias, B. Fragilis, trabaja en llave con los linfocitos,
soldados que defienden el cuerpo de invasores y se encargan de producir
la respuesta inflamatoria que cualquier individuo ha sentido ante una
infección: aumento de la temperatura y dolor. Para evitar que el sistema
inmune organice una ofensiva exagerada y ataque el propio cuerpo, B.
Fragilis le ordena producir linfocitos reguladores. Lo interesante es
que estos a su vez les indican a los linfocitos proinflamatorios que no
ataquen a B. Fragilis. Como dice Juan Manuel Anaya, experto en
enfermedades autoinmunes, “el sistema se asegura de que la relación
entre nuestro organismo y los microbios se mantenga sin generar
enfermedad”.
Nicholson,
por ejemplo, encontró que el ácido fórmico, que se detecta en la orina,
es indicador de alta presión arterial, uno de los factores de riesgo de
infarto. Como las bacterias del intestino son las mayores productoras
de esta sustancia, Nicholson cree que hay una relación estrecha entre
estos microbios y la hipertensión.
Ciertas
bacterias contribuyen además con el proceso de aterosclerosis, otro
marcador de riesgo en la enfermedad coronaria. Stanley Hazen, de la
Clínica Cleveland, en Ohio, observó ratones sometidos a una dieta para
que desarrollaran aterosclerosis, un proceso por el cual las paredes de
las arterias se endurecen. Lo interesante de su trabajo fue comprobar
que cuando a los ratones se les dieron antibióticos que destruyeron su
microbioma, la aterosclerosis disminuyó. “No se sabe cómo, pero se cree
que algunos productos microbianos dañan las paredes de las arterias”,
explica Nicholson.
Todos
estos hallazgos han llevado a pensar nuevas maneras de tratar las
enfermedades. Mark Mellow, del Baptist Medical Center de Oklahoma City,
encontró que si se transplanta el microbioma de una persona sana a un
paciente enfermo, se pueden combatir infecciones que de otra forma
serían intratables, como la que produce Clostridium dificile, un
microbio resistente a los antibióticos que causa diarrea. El tratamiento
consiste en pasar heces de la persona sana al intestino del enfermo por
medio de un enema. Mellow ha realizado más de 70 transplantes con un
éxito del 91 por ciento.
Este mismo principio
podría funcionar en pacientes obesos. Estudios preliminares muestran
que con un trasplante de microbioma de un individuo de peso normal, los
pacientes obesos metabolizan el azúcar en manera diferente.
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